jueves, 10 de mayo de 2012

Debe de ser eso lo que llaman amor

España mete gol y se cuela en la final. Los alemanes bajan la cabeza. Llegan al trabajo y te felicitan. Como si hubieras metido tú el gol. Como si algo de todo esto fuera cosa tuya. “Felicidades” te dicen, “bien jugado”. Se les escapa que todo lo que has hecho es beberte cuatro latas de Heineken mientras veías la tele. “Gracias, gracias”, les dices. Quizá un día salgamos todos de este encantamiento en el que nos alegramos por los éxitos de otros y dejamos los nuestros, los verdaderamente importantes, en un lugar de la cuneta en el que sólo crecen rastrojos.
Banderas. Cláxones. La ciudad dormirá esta noche entre sueños de gloria ajena y alegría que se toca de refilón. Y yo me siento raro.
Debe de ser eso que llaman amor. “Amor”, dicen, dando pocos más detalles. Parece que eso es lo jodido del amor, que uno se lo tiene que inventar todo.
Llevo ya varias semanas que no sé muy bien dónde estoy. Llevo ya varias semanas pensando mucho en alguien. Pensando demasiado en alguien. El tiempo sólo corre en una dirección y parece ser adelante. Detrás de cada paso sólo hay otro que dar. Es lo jodido de seguir caminando, de seguir viviendo. Siempre hay otro minuto después del anterior.
Y lo jodido de escribir es llegar a pensar que ya está todo escrito. Que cada párrafo que uno junta ya fue condensado en otro lugar, en otro tiempo. Y quizá sea mentira. Lo bueno de escribir es que uno siempre puede levantar la vista y releer el párrafo anterior. Lo bueno de juntar palabras es que las palabras quedan juntas. Y la ilusión, quizá, de que estas palabras sean, esta vez, nuevas. Frescas.
—Te raro —dice Flor de Loto, en un atrevido intento de expresar que me siente raro.
—Me raro —digo yo.
A veces las palabras se quedan cortas y hay que inventar nuevas para decir que uno se siente raro. Me siento diferente. Me siento tan raro que esta vez podría ser verdaderamente yo.
Las prioridades se desmoronan. Lo que antes era importante ahora es meramente anecdótico. Mi comportamiento es errático de acuerdo a los cánones tradicionales. Me levanto a media tarde, desayuno un café a las seis. Pocas cosas tienen sentido más allá de seguir andando hacia adelante, confuso. Muy, muy diferente.
Tantos años siendo otro. Tanto tiempo viviendo de otra manera. Vivir a mi modo me produce, ahora, vértigo. Los días de uno en uno. Encajando las palabras, las miradas, las sensaciones. Cada minuto es único, y llega como un tren de mercancías dispuesto a cambiarlo todo para siempre. Y a veces así es.
Pisando caminos por primera vez. La tierra fresca bajo los pies. La incertidumbre en la mochila. De nuevo los pelos de punta. Es jodido desbrozar la senda que nadie ha caminado. Pero eso es vivir.
Sentir. Dejar las tripas en cada página en blanco. Palpar el vacío que se encuentra detrás de cada frase que pronuncias. Dar un paso detrás de otro confiando en que, después, el suelo aparecerá bajo tus pies.
Hay dos caminos. Uno es el que otros ya han vivido. El otro es el tuyo. Es normal que sientas miedo. O quizá no sea miedo, sólo sea la sensación de lo nunca escrito. De las palabras que quizá nadie haya juntado antes.
Apago otro cigarro. He vuelto, y volveré a marcharme. Sólo quedarán los ecos de todo aquello que nunca sabrá lo que es ser yo. Sólo quedarán las palabras y las miradas de todos aquellos que, estando vivos, escribirán su propia historia ajenos a a la mía.
Poco a poco me acerco a ese lugar en el que soy capaz de entenderlo todo. Pronto seré capaz de entender a cualquiera. Será que estoy por fin empatizando. Cada uno tiene su propia historia, y esta es la mía. Miro las caras de la gente y entiendo por lo que pasan. Un vistazo me basta, apenas, para saber de su propia vida. Pronto seré incapaz de juzgar a nadie. Pronto seré incapaz de juzgarme.
Vidas infinitas, cada uno metido en su propia historia, en su propia película. Tantas frases que debo ignorar o meter en la nevera. Y ahora pongo tres hielos en el vaso y, atanción, me sirvo otro vaso de Glenfidich. Quizá esté solo o quizá, quizá, haya alguien que sepa de qué estoy hablando.
Vivir con uno mismo es como tratar de juntar palabras que nunca nadie ha escrito antes. Parece fácil, pero uno siempre está solo. Da igual cómo trates de contarlo. Da igual cómo te esfuerces. Da igual qué palabra pongas después de la anterior. Sólo queda seguir escribiendo con la esperanza de que alguien, un día, comprenda exactamente lo que dices.
Debe de ser eso lo que llaman amor. El dejarse ir. El pensar “Soy gilipollas, voy a abrazarme”. El acostarse con la certeza de que valdrá la pena vivir el día siguiente, haya o no gol de España. El saber que esta jornada, que estas palabras, que estas sensaciones, valdrán la pena. El saber que cada minuto merece ser vivido porque es tuyo, porque estás dando lo mejor de ti mismo y porque eso, necesariamente, debe traer consecuencias. El vivir esperando los ecos de tu propia entrega. El sentir, con absoluta certeza, que cada tecla de la vida que pulsas hará avanzar el reloj hacia un lugar más propio.
Dicen que no hay gente que tema a la muerte; hay gente que teme no haber vivido. Vivir no es marchar a medio gas. Vivir es vaciarse en cada instante. Vivir es saber que uno va a morir dignificando ese viejo pellejo. Vivir es mojarse en cada momento.
Eso debe de ser lo que llaman amor.
Amar es darlo todo. Amar es quedarse vacío. Amar es dejarse caer para descubrir que el Universo es un colchón de plumas. Amar es dejarse la piel en cada esquina de la vida sabiendo que así debía ser.
Respetarse a uno mismo tiene consecuencias. A veces serias. Amar es pisar con fuerza sabiendo que quedará la huella que otros habrán de encontrar. El amor es un invento abstracto que sólo después podrá ser descrito. De los amantes, de ellos poco se sabrá.
Y en momentos como este, mientras enciendo otro cigarro y doy otro trago a mi vaso de whisky, me siento invadido por la gratitud. A veces me pasa.
Gracias a ti, por comprar esta botella. Gracias a ti, por leer desde lo lejos. Gracias a ti, por tumbarte de nuevo a mi lado. Gracias a todos, porque de nuevo siento algo muy especial.
Y por un momento el mundo parece un lugar perfecto en el que vivir, con su ignorancia y con una prepotencia que es testigo de todo lo que está por venir. Esta noche la tierra dará otra vuelta y mañana el sol volverá a salir por el horizonte. Y otra vez, de nuevo, estaré un poco más vacío que antes.
Debe de ser eso lo que llaman amor.




No puedo describir las sensaciones que me produce releer aquellos fragmentos que en su día formaron la base de mi filosofía de vida. Es como que me doy cuenta de donde vengo y todo vuelve a cobrar sentido.
Javier Malonda, uno de los héroes de mi adolescencia. Gracias

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