miércoles, 30 de noviembre de 2011

Lo famosos también mueren

Parece que últimamente la gente se muere. Será que el día acorta y que hace frío, pero parece como que la casca más gente. Aunque esto no deja de ser más que un detalle curioso, no deja de tener su gracia.

Curiosa es también la manera en que hablamos de la muerte. En vez de decir que fulanito la ha palmado, la espichó, ha estirado la pata, se ha ido al otro barrio o ha dejado de fumar, decimos que ha fallecido. Al menos eso se dice en los círculos del fiambre. Una muestra más de lo hipócrita del lenguaje social. Con lo bien que queda decir que “se ha muerto” o, sobre todo en accidentes de tráfico que tanto se llevan ahora, “se ha matado”. Después de todo, en estos últimos casos, a menudo hace falta la intervención directa y decidida del fallecido. “Se ha matado; se dio una hostia que no veas” se dice fuera de los círculos más íntimos. “Hay que ver”, contesta el otro.

En fin, tampoco eso tiene mayor importancia. Decía algún escritor de esos que las vidas son ríos que desembocan en el mar. Así dicho por mi como que tiene menos gracia, probablemente por el hecho de que no recuerdo si se trataba de uno de la generación del 70 o de la otra, o de si era uno de esos románticos que terminó volándose la tapa de los sesos porque los tiempos siempre han sido complicados para los románticos. En todo caso decía algo así que las vidas son ríos que terminan en el mar, y que el mar es el mismo para todos. Vamos, que la muerte iguala a todos, a los ricos y a los pobres, a los grandes y a los pequeños.

Como frase ingeniosa no estaría mal, pero el mundo nos recuerda que los pobres son miserables incluso en su muerte. No ya por el hecho de que el rico descansará en "El Parque de la Paz" con vistas al valle, y tendrá cámara en el interior del ataúd por si le da por levantarse a mear mientras que el pobre se pudrirá debajo de un puente, sino por la repercusión social que uno y otro tendrán. Los ricos y poderosos podrán tener grandes esquelas y amplios ataúdes con pista de tenis, pero no tendrán mi compasión. No rogaré por su santa alma ni me impresionará que haya recibido hasta el último de los sacramentos. Para mí será un fiambre más, como todos.

Y es que algunos la palman a lo grande. Abres el periódico por la página de las esquelas y puedes saber de cuánta pasta gozaba el fulano que ha pasado al otro barrio. Una esquela pequeñita: normal, clase media. Varias esquelas y una a toda página: pasta por un tubo y varias empresas detrás. “La plantilla de trabajadores de Perry S.A. acompaña a la familia en este trance tan desagradable”. Sí, y una mierda. Los habrá que sí y los habrá que no. Más de uno estará bailando de contento, extremo que tampoco aplaudo pero que ilustra que de todo hay en las viñetas del señor.

También se puede ver algo parecido en la tele cuando la palma algún grande. Quizá un escritor, un cantante, un jefe de estado… Oh, qué gran pérdida, cómo tenemos que llorar todos hoy porque fulanito, con quien jamás he cruzado una palabra en mi vida, ha dejado de fumar. ¿Lloraría él mi muerte si yo la palmara? Pues no. Y será una gran pérdida para la humanidad, pero oiga, yo me tengo que seguir levantando mañana; y le aseguro que conozco a más personas que también serán en su día una gran pérdida para la humanidad, así que voy a ir ahorrando llantos.

Un gran ejemplo de lo que quiero decir se puede ver en la película de Amèlie. Amèlie está buena y además dice lo que piensa, así que tiene todos los papeles para caerme bien. El caso es que en una de las escenas se acerca a comprar el periódico y resulta que en las portadas de todas las revistas viene la muerte de Lady Di a todo color. La quiosquera dice: “Qué lástima, con lo joven y guapa que era” (o algo así). Amèlie le contesta: “¿Qué quiere decir, que si hubiera sido vieja y fea hubiera sido menos grave?”. Vamos, que la gente tiene una forma extraña de ponderar las pérdidas.

“¡Ha muerto Camarón!”, “¡Ha fallecido Freddy Mercury!”, “¡Antonio Flores!”. Pues muy bien, y de postre natillas.

Lo mejor de todo es que siempre los fallecidos eran “bellísimas personas”, muy amigos de sus amigos, auténticos dechados de virtudes. Y más virtuoso es el fallecido cuanto más caliente está el cadáver. Nunca la palman cabrones para el regocijo de la sociedad. Hasta en eso somos desgraciados los que nos quedamos.

De ahí la famosa expresión:

He oído hablar tan bien de ti que creía que estabas muerto.

2 comentarios:

  1. Buenísimo post, que dice verdades como puños. Me quedo con la frase final, que lo resume genialmente: "He oído hablar tan bien de ti que pensaba que había muerto". Me ha encantado. Y personalmente, cuando muere alguien que me caía fatal, me sigue cayendo fatal, sólo faltaría!
    No dejes de escribir, Álvaro :)

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  2. *quería decir "habías", no "había" (lápsus de buena mañana)

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