domingo, 30 de octubre de 2011

La alegría de ser tú mismo

“Muchos quieren cambiar el mundo, que el mundo cambie. Pero no empiezan por donde únicamente pueden empezar: cambiarse a sí mismos. Es el único camino. Los demás caminos son evasiones de ese reto que tenemos todos de ser hoy mejores que ayer para que el mundo también mejore. (…)

Ser uno mismo es el mayor reto que tenemos en nuestra vida. Tenemos dos opciones: o vivir como personas con libertad interior o vivir manipulados, ajenos a nosotros mismos. (…) ¿Eres por lo menos consciente que estás amenazado constantemente por los condicionamientos de tu educación, propaganda, creencias, tradiciones, ideologías…? (…) No seas como un conjunto de espejos que reflejan lo que los demás esperan de ti para recibir el aplauso y la satisfacción de verte bien aceptado por los demás. Sé tú mismo. (…)

¿Cómo pretendes decir que conoces a tu familia y a la gente si no te conoces a ti? Si te conoces superficialmente, también superficialmente conocerás a tu familia y a los demás. Y los problemas también los conocerás en la superficie y las soluciones también serán superficiales. Y el mal permanecerá sin resolver y sin cambiar en el fondo. (…)

En tu interior hay desorden, quizás. Pero ningún monstruo. No tengas miedo a entrar dentro de ti. No tengas miedo de conocerte. (…) Lo primero es conocerte, comprenderte, aceptarte y amarte. Si no te aceptas tú, ¿quién te va a aceptar? Si no te aceptas a ti, ¿a quién aceptarás? Si no te amas tú, ¿quién te amará? Si no te amas a ti, ¿a quién amarás?”

lunes, 24 de octubre de 2011

La infinita capacidad de ser infeliz

El secreto para estar bien, prosperar en la vida y sentirse realizado, es elegir muy bien "el elemento", que es aquella habilidad o capacidad que tiene cada persona, que ha de tratar de dominar y que ha de hacernos vibrar.
Lo segundo que hay que hacer es llegar a controlar este elemento, lo que sólo se consigue con esfuerzo, trabajando y con muchas horas de dedicación. Lo siento, pero no hay otra manera.
La tercera pieza del puzzle de la felicidad, es arriesgar. No digo a todo riesgo, pero algo hay que arriesgar.

No entiendo la capacidad infinita que tiene la gente para ser infeliz, lo que se explica básicamente por dos motivos: la negativa congénita a cambiar de opinión (y ya no digamos de partido) y lo que denomino como el "código de los muertos", que es la restricción que a veces nos imponemos a la hora de conocer a otras personas y establecer relaciones con ellas.

Cuando veo a las personas tristes les recomiendo simplemente que miren para atrás para que se den cuenta de cómo, gracias en gran medida de la ciencia, ha evolucionado la sociedad, cómo ha mejorado Europa y cuán afortunados somos de vivir este momento.

Europa era siglos atrás un lugar del que se salía corriendo porque era un infierno y en el que había una lucha fratricida y cruel entre los que no tenían nada y los que tenían algo.
Europa, a pesar de todos los problemas, vive ahora un momento idílico, fantástico, por lo que insisto en la necesidad de dejar de pensar en negativo.

"Estamos preocupados por la falta de dinero, pero los grandes problemas que tenemos ahora no son de falta de recursos, sino de conocimiento"

domingo, 2 de octubre de 2011

¿Lo que dices está comprobado?

Algunas personas, cuando hablan, lo hacen con tal convicción que para interrumpir momentáneamente su inacabable discurso suelo preguntarles: “¿Eso qué dices está comprobado?”. Su actitud pasa, en un instante, de un desenfrenado optimismo a una mueca de pocos amigos; ni siquiera se habían planteado que, en la medida de lo posible, las hipótesis que uno adelanta debieran haber sido probadas.

Quiero decir que la mayor parte de las veces, si uno lo pensara, lo mejor sería callarse o, cuando menos, adelantar que lo que iba a decir no estaba totalmente probado. Todo, menos hacer gala de una gran seguridad agresiva al hablar de un tema determinado, no porque hubiera sido sobradamente probado, sino porque esa era su convicción pura y simple.

Tres cuartas partes de la humanidad se pasan la vida recordando en voz alta el talante de sus convicciones; para ellos, no tuvo ninguna influencia sobre la cultura humana la revolución científica; es decir, la sugerencia de que, antes de articular una opinión, lo más correcto era adelantar una hipótesis, intentar comprobarla luego y, si resultaba probado, emitir la conclusión en forma de conocimiento, hasta que otros más tarde demostraran lo contrario.

La dimensión temporal del espacio es uno de los conceptos más complejos; los niños no dominan esta dimensión hasta que tienen casi los cuatro años. Igualito que un gusano, resulta que un niño de tres años ya gestiona la dimensión espacial de ir para adelante y atrás; la de ir de un lado a otro y, finalmente, cuando ha crecido lo suficiente para caerse un día de la cuna, la última dimensión espacial, de arriba abajo.

Ahora bien, está lejos todavía de dominar la dimensión del tiempo; a los tres años sigue sin saber si los Reyes Magos ya han pasado o están a punto de llegar. A los cuatro años –yo lo he descubierto con mis nietas– ya dominan perfectamente las tres dimensiones espaciales y la cuarta del tiempo. Pues bien, el más renombrado de los científicos, Isaac Newton, declaró, porque creía haberlo demostrado irrevocablemente, que el tiempo era absoluto en el sentido de que era idéntico para todo el mundo. Ya podía uno ponerse como se le antojara que el tiempo seguía siendo lo que era, hiciera uno lo que hiciera. Otro científico no menos reconocido universalmente como el gran sabio de Occidente Albert Einstein descubrió, y pudo comprobar, que el tiempo era relativo; que dependía de la velocidad a la que iba uno y de la masa gravitatoria que lo envolvía. El tiempo no era absoluto.

Tres cuartas partes de la humanidad no se han parado a pensar si se han comprobado o no cosas mucho más sencillas que la naturaleza del tiempo. Comparado con la complejidad de la dimensión temporal –que no hemos tenido más remedio que cambiar a raíz de comprobar que no era absoluta, sino relativa–, resulta mucho más sencillo comprobar de quién es la culpa del elevadísimo índice de paro entre los jóvenes, por qué los electores han cambiado de parecer con relación al pasado, cuáles son las motivaciones concretas de nuestro endeudamiento exterior, las causas que pueden adjudicarse a defectos de las políticas inmobiliarias o de las deficiencias de las políticas de prevención y previsión en la tragedia de Lorca. Es incomparablemente más fácil detectar las dimensiones apuntadas que descubrir la compleja dimensión temporal.

Tres cuartas partes de los ciudadanos, sin embargo, se obstinan en aducir su pertenencia al sector público, o a la empresa privada, o alguna convicción que sustentan desde que eran pequeñitos –“yo siempre he pensado…”–, dicen, como si esto tuviera más fuerza y mereciera más respeto que lo probado y comprobado mil veces.